José Alberto Pardo Suárez
Datos técnicos
Dos cosas debe captar todo buen lector que quiera alcanzar la completa inteligencia de lo leído: la calidad de la intención del que lo escribió y la calidad de los destinatarios para quien lo escribió. Lo primero no es algo que un autor deba decir o contar: han de percibirlo o intuirlo los lectores, porque incluso en su propio juicio se podría engañar. Lo segundo sí se puede decir, aunque desvele al mismo tiempo una intención: para los aparejadores se escribió. ¿Esto quiere decir que solo podrán entenderlo ellos? No, sino otras muchas personas; que quizá, entendiéndolo, podrán entender y valorar la calidad de esa profesión. ¿Esto quiere decir que ellos podrán entenderlo mejor que nadie? ¡Ojalá así resulte!: será la señal de que el objetivo se ha alcanzado, o al menos el primero sin el que no puede alcanzarse el último. Pues, ¿cómo se puede pretender mover sin antes darse a entender? Mover, ¿hacia dónde, en qué dirección? Hacia arriba, hacia lo mejor. Pero, ¿qué es lo mejor, qué es lo más alto? El servicio al hombre por amor al propio hombre, desde la profesión y el arte. ¿Cómo? Practicándolo bien, desarrollándolo de manera excelente, con el compromiso y sacrificio necesarios para alcanzar tan elevado fin.
Se habla de deontología, una suerte de ética práctica aplicada a las profesiones. ¿Cómo es posible entonces que el Código Deontológico de Actuación Profesional de la Arquitectura Técnica no hable de esto?; ¿cómo es posible que no hable así, que no emplee esos términos, que ignore esos argumentos? Y ¿cuáles utiliza, pues? Los legales, los administrativos; que es como decir los coercitivos. Pero, ¿se puede amar, se puede servir desde la coerción?; ¿se puede aprender, desarrollar y hacer fructificar un arte desde la fuerza, desde la obligación? Duro de cerviz es el hombre, y por eso la sociedad necesita de leyes; pero también capaz de elevarse sobre sí y hacer inútil y trascender esa coerción, obligándose desde dentro, desde su espíritu, más, mucho más y mucho más saludablemente de lo que le obligan las normas legales. Sean éstas las únicas normas que le obliguen; las normas éticas, los códigos ético-deontológicos, solo le pueden invitar, convencer, conquistar, pero no como se conquista una fortaleza sino a la persona amada. Dígase en pocas palabras: si un código deontológico no inspira, si no toca el espíritu de sus destinatarios, es del todo inútil. Más aún, es ridículo, como aquel que enseña sin vergüenza alguna su incapacidad, su limitación o su impotencia, cuando pretende hacer creer que es lo que no es, o puede lo que no puede. Debe, pues, ser y estar inspirado el texto de un documento tal, para, a su vez, poder inspirar.
¿Quién inspira a un aparejador? Su arte; como al médico, al arquitecto, al ingeniero, al abogado o al juez les inspira el suyo. ¿Cómo así? Porque es por medio de su arte como sirven al hombre. Siendo tal la calidad de estos profesionales, ¿alguien podría entender que lo sean antes que artistas? Nunca: esa aspiración de servir al hombre y hacerlo mejor es una fuerza más poderosa, en cantidad y en calidad, que aquella otra que, como profesionales, les mueve a ganarse la vida, a vivir de su profesión. La cuestión es así de sencilla: primero se da, después se recibe; con esta importantísima cláusula: dar es innegociable, recibir no lo es. Mírese cualquier profesional digno en el profesional médico: ¿es lo que es para servir a sus semejantes o para servirse a sí mismo, para ganarse la vida? Obviamente para servir a sus semejantes. Para ganarse la vida también, y además con toda justicia, pero esto siempre en segundo lugar. “¡Cosa difícil se pide!” – podría, quizá, exclamar el lector aparejador, vislumbrando las consecuencias de este hilado argumento-. ¿Qué responderle? Que en absoluto lo es cuando se ama un arte. Todo es fácil cuando se ama un arte, incluso lo difícil se hace fácil, porque se hace posible. La vocación todo lo allana, y el arte del aparejador es tan excelente y procura bien desarrollado tanto beneficio al hombre, que solo puede ser vocacional.
Y, sin embargo de esto, es un profesional pragmático y práctico, acaso porque no es menos un artista de la construcción que de la comunicación. ¿De la comunicación? Sí, de la comunicación en la construcción, en la obra. ¿Qué comunica, y a quién o a quiénes pone en comunicación? Comunica su saber, en forma de instrucciones u opiniones: hacia un lado, al arquitecto; hacia el otro, al contratista o al jefe de obra. Pero, en lo que la obra es, no está en medio de ellos sino sobre ellos, porque es quien los pone en relación. Aquí es donde emplea con la mayor brillantez su sentido práctico, sin aplicar el cual otros, y en concreto esos dos, no podrán aplicar sus propias y específicas habilidades.
Baste con lo dicho; a lo largo del comentario se encontrará un más extenso desarrollo de estas ideas. Baste también porque a este noble profesional no se le debe cansar con muchas palabras; mayor efecto le hará un menor número de ellas significativas, que muchas de adorno. En esto, en hablar con sencillez, se ha empleado un no pequeño esfuerzo, como si el autor se hubiese querido transmutar en aparejador. Si con resultado, ellos mismos lo juzgarán.
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