OSSET, RODRIGO
Datos técnicos
La luz entraba a puñados en el pequeño dormitorio de Pepito, Cuatro años. Pepito Cuatroaños dormía aún. Su cabeza, sobre un perrote de lanas, de trapo, su inseparable amigo. Su carita, feliz, tranquila, abandonados los brazos sobre las sábanas. Uno de los rayos de luz se escapó del puñado que entraba por la ventana, se dirigió a los párpados cerrados del chiquillo y le hacia cosquillas en ellos alegre, suavemente. El, medio sonreía sin abrirlos. El rayo de luz, travieso, le susurró al oído: -¡Ea! Móntate Pepito, vamos de aventura. Pepito Cuatroaños se aferró al cuello de la luz y se le montó en las espaldas. El rayo se volvió por donde había venido, a través de la ventana, a lomos su infantil carga. -¿Dónde quieres que vayamos? – le preguntó el rayo. - Vamos al mar – contestó Pepito. Pero como Pepito vivía en la ciudad, tendrían que cabalgar y cabalgar largo rato por encima de los tejados, las antenas de televisión, las chimeneas y los altos mástiles de la radio antes de llegar al mar que estaba muy lejos. Por eso el rayo de luz le dijo a Pepito: -Bueno está bien, yo te llevo al mar pero como este está muy lejos, podemos hacer, de camino, una serie de encargos que tengo, ¿te parece? Pepito asintió con la cabeza. -Entonces vamos a la huerta del tío Jacinto, ¿lo conoces? Para hacerle crecer las coles, los tomates y las rosas. El tío Jacinto es ya muy viejecito, está enfermo y no va a poder cuidar de su huerto en bastante tiempo todavía. ¡Mira, allí abajo está su huerta!. Descendieron planeando suavemente como un avión que va a tomar tierra pero sin ruido. Dejó a Pepito en el suelo. El rayo de luz se metía en el corazón de cada col, en el cogollo, lo llenaba de luz y de calor y Pepito vio cómo la col, cada col, crecía y se abría, se ponía hueca y oronda. Lo mismo hizo con los tomates. Estos colgaban chiquitos y verdes, como los ojos de su perro de lanas, en las plantas ya llenas de hojas.
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