Zaragoza 2008. La capital aragonesa será durante los meses estivales la sede oficial de la Exposición Internacional de 2008, articulada alrededor del lema medioambiental ‘Agua y desarrollo sostenible’. Los artículos examinan el inaplazable debate sobre la gestión de los limitados recursos hídricos; el rentable crecimiento de Zaragoza, que ha sabido aprovechar este gran evento para reforzar sus infraestructuras, dotarse de nuevos equipamientos y amplificar su presencia en el mapa global de las ciudades; y las accesibles propuestas artísticas que poblarán una Expo que espera alcanzar éxito popular y económico.
Tema de portada
Estrategia sostenible. Emplazada en el meandro de Ranillas, a orillas del cauce del río Ebro, la Expo 2008 alberga una arquitectura más preocupada por el desarrollo a largo término que por la espectacularidad efímera de los eventos feriales. Un híbrido entre pasarela y edificio expositivo constituye uno de los accesos al recinto y conecta con el centro de congresos, de perfil quebrado y variable, en el que se emplean materiales prefabricados para construir a la velocidad exigida; a su lado, la torre hueca que evoca las cualidades del agua se levanta como hito territorial. Al otro extremo del conjunto, los volúmenes prismáticos de doble piel de vidrio que acogen las oficinas de la Expo lindan con el Pabellón de Aragón, un cesto levantado sobre tres patas. Finalmente, la principal pieza de la Exposición sugiere una chopera cerámica.
Argumentos y reseñas
Exposiciones y pabellones. La capital aragonesa ha crecido progresivamente gracias a conmemoraciones seculares. Un breve recorrido por la historia de los pabellones españoles nos conduce hasta la Expo actual.
Afinidades electivas. El Guggenheim de Bilbao muestra los vínculos de los surrealistas con el mundo del diseño; la Tate Modern recoge las influencias cruzadas de tres artistas dadaístas: Duchamp, Picabia y Man Ray.
Orden ingenieril. Cincuenta años después de su primera edición, la aparición de una versión actualizada de Razón y ser de José Antonio Torroja evidencia su trascendente contribución a la ingeniería y la arquitectura.
Últimos proyectos
Auditorios europeos. Una ópera, un teatro y una sala de conciertos proponen nuevos escenarios para Europa: un volumen en forma de iceberg se vara a orillas del fiordo de la capital noruega; una pieza facetada de color naranja anima una ciudad holandesa construida sobre terrenos ganados al mar; y un edificio translúcido asume un carácter escultórico en la capital alsaciana.
Para terminar, Pedro Zaragoza, el alcalde que transformó Benidorm en un paraíso del turismo de masas y un ejemplo de eficiencia urbana, fallecía en abril. El principal artífice de la ciudad defendió un modelo turístico festivo, la calidad medioambiental y la compacidad frente a la dispersión suburbana, consolidando su propuesta como una alternativa ecológica y económicamente viable.
Luis Fernández-Galiano
Zaragoza líquida
Una expo es una expo es una expo es una expo. No puede juzgarse con los criterios de la construcción habitual, porque su éxito o su fracaso se dirimen en un territorio diferente. Para comenzar, una expo es una operación urbana que aspira a transformar una ciudad con inversiones excepcionales que se justifican por el evento; lo más importante sucede fuera del recinto, y son las nuevas infraestructuras de movilidad —puentes, autopistas, estaciones o aeropuertos— el más productivo legado de la celebración. En segundo lugar, una expo es un laboratorio de arquitecturas que no persiguen tanto la consistencia mutua como la innovación técnica y estética; permanentes algunas y efímeras muchas, la algarabía de construcciones pone a prueba la verosimilitud futura del emplazamiento como fragmento urbano. Por último, una expo es una reflexión colectiva y una fiesta ciudadana, que aspira a publicitar grandes temas sociales sin renunciar a su condición lúdica; los pabellones son escenarios de competencia simbólica entre entidades políticas o económicas que proponen sus prioridades al turbión de visitantes. Hoy, en el umbral de su apertura, y en esos tres renglones, Zaragoza merece ser calificada con un notable urbano, un aprobado arquitectónico y una incógnita festiva.
Dentro del capítulo de infraestructuras de transporte, tanto la llegada del AVE como el nuevo aeropuerto y la mejora de la red viaria potencian el protagonismo logístico que confiere a la ciudad su posición geográfica, en el cruce del eje Madrid-Barcelona con el que une el Cantábrico con el Mediterráneo, en el baricentro de la España más próspera. Por su parte, la decisión de albergar la mayoría de los pabellones en un edificio común limita la innovación esperable, constreñida aún más por los programas convencionales de obras excelentes como el Palacio de Congresos o las oficinas de la organización, así que la actitud experimental —excluyendo las pequeñas construcciones efímeras— queda reducida a la Torre del Agua, el Pabellón de Aragón y, sobre todo, al desconcertante Pabellón Puente y el extraordinario Pabellón de España, un bosque cerámico que salva la muestra. Para terminar, y aunque el balance definitivo deba esperar a la clausura, ya puede adelantarse que parece un acierto el tema seleccionado como hilo conductor de exposiciones y encuentros —el agua y el desarrollo sostenible—, aunque no es seguro si la imprescindible pedagogía se sabrá reconciliar con la inevitable diversión que estos grandes parques temporales de atracciones deben ofrecer.
Cien años después de la Exposición Hispano-Francesa, Zaragoza ha preferido eludir su protagonismo histórico en la mítica Guerra de la Independencia para centrarse en el gran tema de nuestro tiempo, la gestión de los recursos del planeta, fijando su atención en el agua como corresponde a su paradójica condición de ser a la vez la mayor ciudad que baña el más caudaloso río de la península y la capital de una región árida, moteada por auténticos desiertos, donde el agua es sueño regeneracionista, emoción irredenta y núcleo medular de la política contemporánea. Dejando a Madrid y a los Goyas del Prado el debate sobre la nación y sus metáforas, indiferente ante las renovadas polémicas entre absolutistas y liberales, y sorda también ante la discusión sobre si ‘la guerra del francés’ —que los británicos llaman the Peninsular War— fue o no una de las revoluciones que sacudieron América y Europa en torno a 1800, Zaragoza celebra los dos siglos de su episodio bélico con una fiesta líquida —entre dos citas asiáticas, el Aichi de 2005 y el Shanghai de 2010—, que reúne las urgencias de un globo apremiado por los millones de personas que carecen de agua potable o saneamiento y las demandas de una tierra seca que ha hecho del agua su patrimonio físico y sentimental.
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